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jueves, 5 de noviembre de 2009

2.4.-El Hostel de Vabasandra

Día 24 de julio de 2.009

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En nuestro plan de tarde estaba prevista la visita a Vabasandra, el otro hostel rural que se había “desgajado” del de Basavanapura. Además de Anil -tenía pendiente la fiesta que los enanos de este hostel le dedicaban por su cumpleaños-, se sumó al viaje Balaraju, profesor de Teología durante aquel trimestre y director de un seminario “menor” en Bangalore y que conoceríamos al día siguiente.
El camino hacia el villaje se me hacía conocido. Yendo, días antes, hacia el zoo ya nos habíamos sorprendido de ver una zona  perfectamente urbanizada donde, al menos lo parecía de lejos, se levantaban empresas de aspecto moderno alrededor de una gran avenida. Y hoy, efectivamente, la estábamos recorriendo. Filiales de conocidas empresas occidentales (alemanas, especialmente), de reciente construcción, rodeadas de alambradas o muros e impenetrables garitas de acceso, conformaban un parque empresarial extrañamente ubicado en aquellos parajes tan rústicos. Nos parecía imposible que entre aquellas empresas pudiéramos encontrar nuestra aldea perdida. Al rato, y por un camino que se habría paso entre dos empresas, nos adentramos en un paraje poco menos que paradisiaco. De hecho, en una colina que caía sobre una preciosa laguna, unas docenas de chalets a medio construir ya nos confirmaban el privilegio del lugar. Chalets, decía Anil, de los empresarios de la zona. Pero ¿dónde quedaba Vabasandra que, según nos habían dicho, era un village especialmente pobre?
Apenas 2 km más allá de la laguna, anunciada por algunos huertos, Vabasandra es una aldea muy pobre. Las luces del hostel, anunciando alguna fiesta, parece que había reunido frente a ella a muchos de los jóvenes y de las mujeres de la aldea. Ningún vehículo de motor. Solo el nuestro que venía a romper la rutina, al tiempo que anochecía, para unos vecinos que no tenían ningún tipo de energía eléctrica. Solo la luz del hostel; y el barullo de los niños que, igual que en Basavanapura, esperaban con nervios el acontecimiento. Una aldea pobre, nos explicaba Anil  a Balaraju y a nosotros, en la que el Cirw está comenzando a “crear comunidad”. De entre la cincuentena de aldeas en las que el Cirw trabaja, a ellos, a los más pobres, les han posibilitado este hostel. La fiesta, con más presencia de vecinos aún que en Basavanapura –mujeres sí, pero también jóvenes y hombres-, fue muy similar. Al de un rato supimos que de entre toda aquella cuadrilla de niños y niñas, sólo 15 eran del hostel, aquellos que se sabían una canciones todavía poco trabajadas; los veinte restantes eran niños de la aldea, acompañados de sus madres y algunos padres. Enfrentadas a la pared, igual que en Gounarahalli, una decena de máquinas de coser delataban que el hostel albergaba también un taller de costura. Un taller, quizá, que está posibilitando a algunas jóvenes buscar un futuro mejor. Nos fuimos de allí, dos horas después, con el corazón encogido, queriendo que ese deseo fuera verdad.
Ya en la residencia, después de la dosis brutal de realidad, nos afanamos en buscar entre las letras del Bombay Herald alguna reseña del Tour que esos indios desdeñan. Astarloza se había llevado la etapa y Contador seguía de líder! No creáis. Aún siendo un par de fanáticos del ciclismo, el sueño nos cogió pensando en los niños dalits de Vabasandra.

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