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jueves, 5 de noviembre de 2009

2.5.- Un Día en Bangalore

Dia 25 de Julio de 2.009

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El trayecto entre Anekal y Bangalore es, literalmente, una locura. El entorno rural de Anekal se torna, tras unos 15 o 20 km, en el reino del cemento. 50 km antes de Bangalore ya se anuncia, de alguna manera, la megápolis que vamos a ver. Sin que podamos ver con claridad las aldeas que con seguridad crecen a ambos lados de la carretera -no se explica si no, la enorme cantidad de gente que transita en sus laterales-. Toda la ruta está trufada de empresas-bastión, entre chiringos de comidas, templetes policromados y camiones desvencijados. Y mucha gente andando, esperando el bus, charlando, comiendo…
Baabu y Praveen querían obsequiarnos con una visita guiada a Bangalore. La primera parada, el parque botánico de LALBA, fue como trasladarnos a la Inglaterra decimonónica. Con una cuidada vigilancia militar, el parque es muy impresionante. Tengo debilidad por los árboles y realmente es un lugar para sorprenderte y disfrutar. No todo fue pasear por sus parterres o sus jardines versallescos. En su lago central, entre patos y nenúfares, algunos pescaban y os aseguro que no tenían aspecto de ejercer una actividad recreativa.
Encontrar el templo indú con el que nos querían sorprender fue más difícil. Bangalore no es tan gigantesco como Bombay o Calcuta. Quizá hasta sea, relativamente, menos miserable que esas megápolis. Pero perderse por los barrios del cinturón suburbano que le rodea deja la retina muy tocada. Las calles que recorrimos en una larga hora matutina no las habíamos visto nunca. Parapetados en el coche, que difícilmente cabía entre las callejas, reconozco que fui incapaz de hacer una sola foto. Era difícil distinguir las casas de los pequeños comercios. Las ropas impolutas de los habitantes de las aldeas de Anekal no se correspondían con la miseria que aquellas casas, aquellos chiquillos, derrochaban. La India, me temo, es esta india también.
El templo del que nos habían hablado era, ciertamente, muy impresionante. También la parafernalia de sus controlados accesos: guardas de seguridad que nos pedían la acreditación, severas normas sobre los lugares de tránsito… Visitamos los lugares más sagrados del templo, aquellos en donde los devotos paraban emocionados para ver a sus dioses y al sacerdote que se afanaba por mantener el ambiente místico del lugar. Mucha escultura bañada en oro, toda un grupo escultórico que (nos decía Praveen) de oro macizo (¡) y una estancia central realmente bonita. Tras la visita de los lugares sagrados, la ruta obligada nos llevaba al cruzar la librería donde un buen número de jóvenes monjes con vistosos mantos naranja ofrecían a cada visitante libros de espiritualidad en cualquiera de los idiomas de la India y unos cuantos más. Por supuesto, en ingles. Karmelo se animó a comprar uno sobre historias ejemplares de uno de los dioses. El férreo control de los monjes de la librería para que nadie se fuera sin comprar algo fue el comienzo de una sospecha que tomó cuerpo cuando, alucinante, la ruta de salida pasaba necesariamente por 4 plantas cada una especializada en distintos objetos a la venta. O sea, que estábamos en un templo del Hare Krishna! Increible. En una de las plantas se exponían los planos y la reproducción infográfica de un “Torreciudad” modernísimo que estaban diseñando. Que me perdonen los devotos: un mercado; poco más que una gran tienda de venta de objetos o de prebendas (había algo parecido a nuestros confesionarios donde, por unas rupias, el monje de turno te atendía). Salimos corriendo y haciendo caso omiso a sus normas de urbanidad.
Mientras nos dirigíamos a la residencia que dirigía el padre Balaraju conocimos el otro Bangalore. Una ciudad con un desarrollo urbanístico muy británico (los parques, los edificios) con edificios coloniales, iglesias cristianas y avenidas anchas. Nos detuvimos en los alrededores de los edificios públicos más importantes: el Parlamento y el Senado del estado de Karnataka. Se nos hacía curioso el fervor reverencial que los indios tienen por sus instituciones democráticas. La gente los visita por lo que representan más que por su arquitectura.
La acogida de Balaraju nos devolvió el sosiego que habíamos perdido durante esta mañana de locura. Tras los arrabales, la locura de un tráfico colonizado por los ricksaws, las vacas (es cierto!) que complican la circulación, el barrio donde se ubica la residencia es un oasis. Además de conocer a los chicos seminaristas y comer  algo en su cocina, Balaraju nos gestionó los billetes que el día siguiente íbamos a necesitar para coger el tren del mediodía. Todo un lujo. Algunos recados frustrados (en casa del obispo de Karnataka) que justificaran el viaje y una visita a la catedral católica nueva, ubicada en un barrio duro, nos marcaron la hora de volver. Al día siguiente madrugábamos para asistir a una boda católica a las 7,00 h.!!!
Nuestra última noche en Anekal. Karmelo estaba muy cansado. Además, en esa pelea por afinar el inglés que necesitaba para comunicarse, quitaba horas al sueño entre gramáticas y diccionarios. Muy fuerte lo suyo. Yo dormía y me aprovechaba. Esa noche no. Tenía unas ganas enormes de conocer con más detalle el centro, Anekal Taluk. Hasta ahora nos habían aconsejado que no fuéramos solos, que no nos arriesgáramos. Suponemos que por curarse en salud, porque realmente no hay grandes problemas de inseguridad en la India. La cosa es que paseé por las calles más animadas de la ciudad. Con cuidado de no perderme, me sorprendí –sábado noche- de la vida que derrochaba Anekal. Los establecimientos de bebidas, los artesanos, las tiendas de computadoras (no llegan a cibercafés), las peluquerías (cada 10 comercios, uno es una peluquería masculina), las tiendas de alimentación, todas abiertas. Calle arriba y abajo las cuadrillas de jóvenes riendo,  algunos grupos de mujeres comprando “chapatis” en los puestos ambulantes, y de hombres acodados en los mostradores de los bares. Sin cámara de fotos, más o menos desapercibido por mi (mal y descuidado) aspecto, pude disfrutar el paseo. Las dificultades del día a día  parecían realmente menos para una comunidad que, eso me pareció, sabía disfrutar en compañía. Cuando volvía a la residencia pensaba en las aldeas. La vida será muy distintas en ellas. La falta de electricidad dificulta, por ejemplo, que esa noche, o cualquiera, suene una canción.
Karmelo y Anil me estaban esperando. Parece que esa reunión “técnica” que no habíamos podido tener en días anteriores estaba ya en marcha. Anil es un hombre reservado, no dado a derroches de expresividad; y tampoco nosotros somos Demóstenes en inglés. O sea, que dependíamos estrictamente del lenguaje, del idioma. Todos los pequeños encuentros, las conversaciones que habíamos tenido con él durante estos días –tomando un café, en una comida o de viaje a las aldeas- habían sido difíciles y algo tensas. Pero tanto él como nosotros necesitábamos, esta vez sí, poner sobre la mesa nuestras percepciones, nuestras valoraciones y él, sus propuestas. Claro que… la estratagema de Karmelo de  comenzar la reunión con una tabletas de chocolate… fue mano de santo. La timidez de Anil se iba disipando al ritmo de las onzas que iba degustando y, entre tableta y tableta, pudimos describir con bastante precisión el mapa de nuestra visita y las prioridades que el Cirw tenía y que pudieran adecuarse a una organización como la nuestra. Una reunión provechosa en lo que se habló. Y, estará de acuerdo Karmelo conmigo, también en lo que no se habló. Probablemente sea esa noche la que comenzó a colarse, sin proponérnoslo, nuestra amistad con Anil.

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